jueves, 20 de octubre de 2011

Arranca rápidamente instalando Windows 7 en un disco SSD



Actualizar nuestro PC instalándole una placa base de última generación, un procesador multinúcleo y cantidades ingentes de memoria RAM incrementará el rendimiento general. Sin embargo, los discos duros suelen ser uno de los elementos que con menos frecuencia renovamos.

Probablemente, el motivo se debe a que desde hace años las unidades que nuestros PCs integran en su configuración predeterminada ofrecen un espacio en Gby­tes más que suficiente y que siempre podemos complementar utilizando unidades secundarias, dispositivos de almacenamiento externo o uno de los numerosos servicios que ofrece la Nube.

No obstante, la rápida popularización de las unidades SSD (también denominadas de estado sólido) deja constancia de que el tamaño ha dejado de ser nuestra principal preocupación.

La mayoría de ellas se apoyan en la utilización de memoria Flash, por lo que, a diferencia de los discos convencionales, no precisan de un plato giratorio.

Esto redunda en que el proceso de arranque resulte más rápido, pues no es preciso aguardar a que el disco comience a girar hasta alcanzar la velocidad requerida y quedar plenamente operativo. Además, son mucho menos propensos a sufrir fallos al no tener componentes mecánicos.

Las ventajas de esta tecnología no terminan ahí, puesto que la velocidad de acceso a los datos es significativamente más elevada. En la arquitectura de estado sólido, por otra parte, apenas importa si los datos del disco están escritos consecutivamente o si la información se ha fragmentado.

Otra característica es que, al no emplear un plato giratorio, no emiten ningún sonido ni provocan vibraciones, por lo que resultan idóneas si queremos que nuestro PC sea silencioso. Esto revierte, además, en otras cualidades positivas: apenas se calientan y su consumo de energía es menor.

Por si fuera poco, son más ligeras, más resistentes a golpes y sus dimensiones son más reducidas, lo cual las convierte en dispositivos idóneos para netbooks y equipos portátiles.
Como es lógico, todas estas bondades derivan en que cada vez sean más los usuarios que se decantan por esta opción para equipar sus ordenadores de sobremesa.

Adquiere e instala un disco duro SSD

Las unidades de disco con tecnología de estado sólido poseen también algunos inconvenientes. Los más patentes son que resultan sustancialmente más caras que los discos al uso y ofrecen menos espacio.

Por otra parte, la constante iteración de ciclos de escritura degrada el soporte más deprisa, aunque fabricantes como Intel garantizan una longevidad mínima del dispositivo de cinco años, incluso haciendo uso intensivo del mismo.

El mercado pone a tu disposición unidades a partir de 8 Gbytes, aunque este tamaño y los subsiguientes resultan insuficientes para lo que aquí nos proponemos. En la actualidad, el precio de una unidad SSD de unos 40 Gbytes ronda los 85 euros.

No obstante, ten presente que, si además de los archivos resultantes de la instalación de Windows 7 vas a agregar aplicaciones de cierto tamaño, en un plazo breve, este espacio de almacenamiento te resultará insuficiente.

En consecuencia, opta por modelos superiores a 60 Gbytes, que pueden adquirirse a partir de unos 110 euros. Si precisas más espacio todavía, el precio de una unidad de aproximadamente 120 Gbytes oscila entre los 180 y los 260 euros.

Aunque como hemos apuntado parte de los modelos están orientados a portátiles, con frecuencia los fabricantes de este tipo de unidades ofrecen bahías y adaptadores para que puedas instalarlos también en equipos de sobremesa.

Para ello, generalmente se utilizan conexiones Serial ATA, aunque determinados modelos pueden conectarse también a través de la conexión IDE, el bus Serial Attached SCSI (SAS), el puerto USB o, incluso, a través de una ranura PCI Express.

Si el precio te resulta excesivo y necesitas una gran cantidad de espacio de disco, una solución de compromiso puede consistir en utilizar una unidad SSD para albergar el sistema operativo y las principales aplicaciones de las que haces uso, y relegar el disco o los discos convencionales que ya posees al mero almacenamiento de datos.

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